Versiones 2006

Antología de relatos de las comisiones 58 y 65 del Taller de Expresión Escrita I (cátedra Reale), en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, coordinadas por el lic. Santiago Castellano.

Nombre: SC
Ubicación: Argentina

19.11.06

La vida: una incierta aventura

Cae el sol y amanecen los suspiros. El atardecer se lleva sus irreales anhelos, prohibiéndoles nuevamente el saboreo de la dulce realización. Ya casi no hay luz, el frío, en cambio, arremete cada vez más contra sus improvisados ropajes mientras ellos caminan indolentes por las calles de una cuidad monstruosa. Su realidad es inviolable, sus tareas infrahumanas, más aún así sostienen sus frentes bien erguidas de regreso hacia su casa. Omar y su primo Fermín, su incondicional compañero, se desplazan en la nada, encarando con decisión las duras luchas que la vida les ordena cotidianamente. Estos no son más que dos humildes hombres, dos personas marginadas con un pasado casi incierto. Juntos han sorteado los desenfrenos de la indolencia por el afán de algo mejor, de aquello que existe y que ellos no tienen. Hombres sencillos, con la piel corroída, hombres-trabajo que aún en envases sin tiempos defienden sus contenidos anhelos dando todo por hacerlos realidad.
Omar Fontana era más grande en edad, aunque solo un par de años. Era un hombre de experiencia, criado en una familia pequeña que se fue disolviendo lentamente en los ríos de la miseria, el alcohol y el desamor. Con unos 47 desgastados años, había llegado a Capital desde un pequeño pueblo llamado Urpilleta, en el interior de la provincia de Buenos Aires, acompañado por su primo, amigo y compinche, Fermín “El Tero” Torres. Este no había tenido mucha más suerte que su primo, ya que su vida había estado intermediada por situaciones semejantes que lo fueron alejando de sus tierras y acercando a las desafiantes actividades que su primo mayor realizaba movido por su original deseo de progreso. Fue así como Omar le propuso emprender, los dos juntos, una desafiante aventura donde tendrían que trabajar día y noche, y donde quizás no encontrasen un techo bajo el cual descansar al final de sus días. Ambos entendían que este era el único camino posible para alcanzar su soñada felicidad, para poder vivir dignamente en un hogar cálido bajo un ambiente de respeto, procedente de sus inagotables esfuerzos por ofrecer todo a su familia.
Esa mencionada noche parecían ambos regresar a sus ranchos luego de un largo día de changueo cuando progresivamente se fueron deteniendo sus pasos aplomados, impidiéndoles llegar más lejos. Se encontraron así en Plaza Italia, en el centro de la Capital, donde su cansancio impostergable les sugirió una buena siesta. A medida que recuperaban el color en sus mejillas, fueron levantando una especie de asentamiento en el cual ubicaron un colchón, una pequeña cacerola y demás elementos precarios que, en su conjunto, les brindaron un ameno espacio donde recostarse. La noche, dispuesta a acompañarlos, revivía en ellos aquellas promesas que los habían depositado en esa difícil ciudad, provocándoles una impotente negación bajo la cual Omar le expresó a su compañero de destinos que, si bien hacía ya bastante tiempo que se habían establecido allí, aún no habían vislumbrado siquiera aquellas aspiraciones por las cuales día a día se enfrentaban a corrosivas tareas. Fue así como aquellas conjeturas comenzaron lentamente a disiparse y a perderse junto con las energías que diariamente derrochaban en las arduas actividades del cartoneo. En aquel momento, y sin más que pensar, Omar propuso a su primo la iniciativa de presentarse al otro día temprano frente al encargado de personal de una sucursal de Disco, en la que momentáneamente estaban tomando gente para el puesto de reposición de góndolas y cajas.
– Che Tero, dejá esos trapos quietos y escuchame lo que se me ocurrió: ¿vite’ que acá a la guelta están llamando gente pa’ trabajar de cajero?, gueno, yo mañana me voy a presentar pa’ ver si la pegamos y cambiamos la yeta esta, que nos viene jodiendo desde hace rato ya. Total pa’ laburar apretando botones en una maquina no tene’ que ser kirschner vite’.
Fermín, viendo la fuerte decisión que a través de sus palabras expresaba su primo, recurrió rápidamente a bajar a la realidad la propuesta, haciéndole recordar que ninguno de los dos podía leer ni escribir correctamente, y explicando luego que sería imposible que en un comercio de tales características alguno de ellos pudiera desempeñar funciones sin dichas competencias.
– Qué deci’ Omar, si ni vo’ ni yo sabemos leer ni escribir, vas a ir a que te humillen, y ya sabemos bien que esos de los traje’ y las corbata’ de plata no nos quieren ni ver por ahí.
Frente a estos argumentos presentados, Omar no hizo más que cegarse y cerrar su entendimiento y, obedeciendo a sus cansados pensamientos, reforzó su planteo revistiéndolo con la firmeza y la seguridad que la posibilidad del éxito en su futura entrevista le generaba. Minutos más tarde Fermín había cesado provisoriamente con sus fundadas observaciones y ambos, ya extenuados por tanta actividad física y, ahora, mental, se disponían a descansar en espera de aquel nuevo día que les abriera nuevas posibilidades.
Esa mañana el sol floreció entre un horizonte de incontrolables expectativas, y, poniéndose a punto, Omar comenzó a marchar hacia el local seguido muy de cerca por su preocupado compañero. Mientras más se acercaban al comercio, más intentaba Fermín disuadir a su primo sobre aquella desatinada idea, la que no haría otra cosa más que evidenciar su precaria formación en los requerimientos de un mundo globalizado y desarrollado, que continuamente precisa de la sangre de la innovación para poder persistir. Aún así, su bien dispuesto primo mayor, pasando por alto sus elocuentes argumentos, se presentó en la oficina indicada solicitando aquel ansiado puesto. Como necesitaban personal rápidamente lo recibieron y, previo “cacheo” visual de sus ropas, consumaron una entrevista. Su primo lo esperaba afuera, sentado en el suelo, imaginando las sensaciones que su compañero experimentaría frente a la propia comprobación de que les era negada crudamente su progresiva inclusión en el mundo de los hombres dignos. Así fueron pasando los minutos repletos de pensamientos e ideas, cuando finalmente, antes de lo pensado, la puerta se abrió y, casi con la misma fuerza con la que los truenos se quiebran entre las negras nubes, se azotó ciento ochenta grados detrás contra la prolija pared.
– ¡Imperialistas hijos de puta! ¡Se cagan en la gente que trabaja de verdad, que se lo rompe desde siempre pa’ tener que comer! ¡No les importa nada más que su riqueza, y no te dan trabajo porque no tene’ pilcha como ellos, limpia y con olor a perfume! ¡Los maldigo y mil veces maldigo! ¡Estos tipos son los que hacen la marginalidad de la gente honrada que quiere trabajar, nos pisotean y nos escupen en la cara!
Y sin siquiera calcularlo, buscó entre las porquerías que guardaba en su carrito y saco un crudo fierro de más de un metro, y bastante oxidado, con el que envistió contra el frente del comercio desbordante de impotencia. Con rudeza impactó fuertemente contra los ventanales, marcándolos primero, y deshaciéndolos en pedazos luego. En medio de su irracional reacción, los agentes de seguridad del local corrieron rápidamente y, haciendo uso de su insuficiente fuerza, intentaron detenerlo. Fermín, quien había entrado en un estado de nerviosismo indescriptible, gritaba:
- ¡¡¡Qué hace’ Omar!!! ¡¡No No!! ¡Tas loco! ¡Dejá ese caño y vamono’ de acá! Yo te dije vite’, yo te dije que no teníamos que venir. Vamono’ que van a venir los canas y no vamo’ a salir más. ¡Dejá ese caño, tiralo ahí!
En esos instantes el extenuado personal de seguridad logró reducir, en parte, la tempestuosa violencia que en aquel pobre y honrado hombre se había desatado, llevado por una desbordada impotencia, cansancio y frustración.
–¡Déjenme! ¡Salí de encima negro sin alma! ¡No me toque’ que te lo parto en la cabeza! -amenazaba Omar, mientras El Tero exclamaba:
--¡Vamo’ Omar rajemos de acá! ¡Ya viene la cana!. Y previos intensos tironeos y patadas, los dos perturbados parientes emprendieron una rápida huida hacia los bosques de Palermo.
Una vez reestablecidos de aquella desenfrenada situación, refugiados entre el verde del parque, Fermín logró percibir que su primo estaba bastante maltratado por el enfrentamiento anteriormente ocurrido y se dispuso a sanar sus magullones.
– ¿Omar tas muy dolorido? Yo te dije que no teníamos nada que hacer ahí, que nosotros no nacimos pa’ vivir bien, y menos pa’ andar buscando un trabajo como ese.
– Callate Tero, esos tipos nacieron pa’ arruinarle la vida a la gente, discriminan, y lo único que quieren es tener más cosas pa’ ellos mismos. ¡Tendríamos que habernos quedado pa’ romperles todo el negocio, tendríamos que haberlos cagado a palos! Se lo tienen merecido por ayudar al demonio en sus cosas.
Fermín, que conocía a su primo, permaneció en silencio, y habiendo finalizado las curaciones a su pariente, se alejó hacia sus pertenencias a fin de encontrar algún sobrante del almuerzo para conformar su apetito. Después de esta informal comida, cerca del mediodía, decidió este prolongar por un período más largo de tiempo la compañía que el vino tinto le ofrecía, para sumergirse, seguidamente, en un suave estado de ebriedad que lo llevaría hacia una profunda y ansiada siesta.
Cuando el ruido de la avenida atentó contra su turbado sueño, Fermín divisó que su compañero ya no se encontraba a su lado, aunque sus pertenencias permanecían, aun, esparcidas por el suelo. Algo confundido por el alcohol anteriormente ingerido, intentó ponerse de pie para tratar de encontrar a su primo. Al principio recorrió con sus nublados ojos el multiforme horizonte a fin de intentar divisar en sus espacios la figura de Omar. Caminó unos metros, y luego decidió correr, la desesperación comenzó a poseerlo a causa del inusual alejamiento de su primo. Así, luego de unos veinticinco minutos de exhaustivas búsquedas decidió detenerse, ya que la crónica resaca que habitualmente lo acompañaba complicaba su tarea. Al hacerlo, intentó inferir las posibles causas de su alejamiento, y de repente exclamó:
- ¡Omar! ¡Qué hiciste!
Y, manoteando algunas posesiones, salió violentamente corriendo de los bosques en dirección a la ciudad. De camino ocuparon su mente los más precipitados pensamientos, mas no dudó un segundo sobre el lugar hacia el cual se había dirigido su inseparable amigo. Inmiscuyéndose por entre las calles fue acercándose al lugar, cuando las luces azules, verdes y blancas acariciaban las paredes de aquellas cuadras. Temeroso, y colmado por la incertidumbre, se encontró a unos ochenta metros de la recordada escena: Aquel supermercado Disco, el de los vidrios rotos, el de los clientes consternados, el de los agentes de seguridad agitados y confusos. Atravesando las patrullar y las ambulancias pudo pararse frente a la misma vidriera que, horas antes, había derrotado a su primo. Y haciendo un recorrido por la caótica escena pudo divisar entre los aún esparcidos vidrios de la injusticia, un revolver algo viejo y, a su lado, un cuerpo informalmente tapado con una manta. En ese instante Fermín comenzó a llorar desconsolado, mientras su cuerpo se desvanecía sobre sus temblorosos pies. Y arrastrándose por el humedecido suelo, se acercó hasta el generoso revólver para intentar reconocer en él algún detalle que le indicase que no coincidía con aquel que Omar guardaba habitualmente entre sus ropas.
- ¡Hermano! -se escuchó de repente entre el correteo y las voces de los que se habían arrimado. - ¡Qué hiciste Omar! ¡Te olvidaste de todo!... ¡De todo por lo que peliamos, de todo lo que aguantamos!... Te olvidaste de tus promesas, de tus sueños, de tus cuidados pa’ con tu primo menor y fiel compañero. Terminaste con todas nuestras aventuras y, encandilado por la impotencia, volviste a buscar tu venganza, a desatar toda esa amarga impotencia acumulada en tu pecho, de la manera más absurda.
Así, extendiendo una mano, corrió levemente las telas y luego de acariciarle la apagada mejilla, depositó en su frente un afectuoso y fraternal beso.
De esta manera, un acabado Fermín cargado de indolencia emprendió nuevamente su marcha por aquellas brillantes pasarelas de asfalto que, desde un tiempo inmemorable, soportaban sus acaecidos pasos, presentándole las más duras realidades y los menos compasivos escenarios, ahora ya solo, y por siempre recordando la insustituible compañía de su primo.
Opromolla, Renzo
com.58

8.11.06

Tan efímero como real



Por fin llegó el día tan esperado. Hace semanas que espero dar el golpe final. Estoy ansioso por rendir la tesis para recibirme de vampiro y cerrarle la boca a aquellas tres mujerzuelas que solo logran fastidiarme. Sara, María y Bárbara han sido mi karma desde que entré al curso en Villa Chica. Ya han pasado ocho años, y en este tiempo he logrado neutralizar algunas de sus trampas hacia mi persona. Ellas cursaban segundo año cuando entré a la carrera. Son trillizas; tres personas iguales, con personalidades exactamente idénticas y realmente agobian. Hablamos de rubias platinadas, con grandes aposentos que se pavonean de un lado hacia otro, más una sonrisa de dientes blancos y afilados dispuestos a dar en el blanco. Ellas ya han conseguido el título hace años; yo también lo tendría si no fuere porque ellas siempre están husmeando y metiendo sus narices donde no les importa. Por si no quedó claro ¡las detesto! Pero esta es mi gran oportunidad, es ahora o nunca, ya que me he enterado de que las tres vulgares señoritas están de viaje por "negocios", según se comenta. Lo dudo. De seguro deben estar internadas en salones de belleza, haciéndose nuevas cirugías que levanten su cola caída, sus pechos torcidos y retoquen sus narices puntiagudas, aunque todos sabemos que es lógicamente imposible. Si bien el ¡oh! Señor todopoderoso barbudo de arriba las ha dotado de inteligencia, no lo ha hecho con la belleza. Eso es justamente lo que viven buscando sin ningún resultado positivo. Pero no quiero seguir aturdiéndolos con esos "intentos" de mujer. Pasemos a lo realmente importante.
Mi tesis será verdaderamente realizada mañana por la mañana y con ella ganaré el respeto de la comunidad vampiro. Tengan en cuenta que ya he pasado los cuarenta y todavía no he conocido el verdadero sabor de la sangre humana, sino que hasta el momento nos es permitido llenarnos con el jugo de las frutillas junto con una esencia x, conocida solamente por las autoridades superiores. Sepan muy bien que toda aquella historia que se rumoreó durante años en la cual los vampiros viven solo de la sangre humana es una patraña si no, no quedaría ser humano vivo. Sin embargo la sangre humana es nuestro platillo favorito o eso se comenta. Realmente nunca pude sentir esa bebida caliente por mi garganta, ya que legalmente la comunidad no me lo permite hasta que me reciba de vampiro. No obstante, a partir de esta noche todo cambiará.
Mi tesis fue producto de un duro trabajo realizado durante meses y he cuidado hasta el más mínimo detalle. La escuela me ha proporcionado los elementos necesarios para llevar acabo mi misión. Es así que he vivido en este castillo varias semanas y he conseguido una dentadura de primera, que espero tener por los siglos de los siglos. Todavía no puedo acostumbrarme a ella, últimamente en el castillo todo está comprobado por los colmillos, ya sea voluntariamente o no. Ya me ha dado más de un dolor de cabeza, a veces prefiero quedarme con mi dentadura vieja. ¡Si! Ya sé que la he robado de la fiesta de quince de mi sobrina y es totalmente de plástico pero no corría ciertos riesgos. Últimamente me quedo pegado a objetos caseros sin ser mi deseo.
En este momento escribo mis memorias porque en horas todo esto quedará como una gran hazaña y quiero guardar hasta el más mínimo detalle de un trabajo finamente realizado. Pero seré ordenado y comenzaré desde el principio. Todo comenzó hace dos meses exactamente, cuando recibí un misterioso llamado.
-Misterioso llamado: ¿Se encontraría el conde Drácula?
Su voz me resultó chillona y apática a través del teléfono. Obviamente asentí, cuando segundos después reparé en que era una conversación telefónica, por lo tanto solo atiné a un "sí" serio y cortado. No sabía lo que podría esperarme del otro lado del habitáculo, sentí algo sospechoso en su voz.
-Voz chillona y apática: Le llamamos del instituto de Villa Chica donde usted está cursando la carrera "quiero dejar de ser un perdedor, maniático y torpe simple para pasar a ser un perdedor, maniático y torpe recibido de vampiro" (léase con rapidez y sin respirar). Ejem...perdón, hubo una interferencia en la línea. Como le decía, llamábamos para informarle que ya tenemos los elementos necesarios para que pueda realizar su tesis y recibirse de vampiro. El castillo se encuentra en Árbol Frondoso al 5500 en la ciudad de Pompeyosa, allí encontrará las instrucciones para su prueba.
Mi alegría fue inmensa, que toda sospecha quedo atrás al escuchar la noticia. Como es lógico me dirigí de inmediato a la dirección que me indicaban. El camino fue largo y tortuoso.
Me llevaron por un camino de tierra, donde pozos era lo que sobraba en el paisaje. Éste estaba rodeado por una gran arboleda, pero luego se hizo más penumbroso. Mis sospechas volvieron a surgir tras el oscuro camino que se avecinaba ante mis ojos: ¿Dónde era que me llevaban? ¿Qué significaba todo esto realmente? Y si todo esto era verdad... ¿Podría dar la prueba y por fin recibirme de vampiro? ¿Podría comenzar a vivir una vida llena de lujos? ¿Podría convertirme en una estrella y dejar de ser un estrellado? ¿Tendría que haber traído protector solar para lograr el bronceado perfecto en mis días de ocio? Una lluvia de dudas coparon mi cabeza, pero las junté a todas y volaron por la ventana de la diligencia, teniendo la mala suerte de dar justo en la nuca del chofer. Es así que tuve que cambiar mi puesto si quería llegar al castillo. Tomé las riendas y mis dudas se elevaron hasta terminar seguramente en algún valle gaseoso. Necesitaba concentrarme si quería terminar con esto, así que no pensé más y solo conduje. Al llegar al castillo (situado en una alta montaña, exactamente al lado de un gimnasio en el cual no dejan de salir alumnas de Luciana Zarañoña en cuanto a estética), me encontré solo. Se trataba de una soledad que me aprisionó en un primer momento pero que luego me sedujo y me hizo sentir majestuoso. ¡Muaj muaj ja ja ja!
A continuación encontré la nota con las instrucciones de mi estadía allí sobre una mesa de madera antigua, en medio del salón principal. Toda la decoración era antiquísima y muy ostentosa, propia del siglo XVIII. El lugar podría describirlo con grandes arañas, una ambientación muy romántica y con detalles en oro de todos los objetos allí situados. Al costado se encontraba una escalera imponente que me llevó al segundo piso con dieciocho habitaciones igualmente decoradas. No había mucha iluminación, todo era bastante penumbroso y solitario. Escalofriante. Por lo tanto, no dudé en buscar unos tapices rosas y floreados que hicieran del castillo un lugar cálido. Era necesario convertirlo en un lugar hippie chick para mi inspiración. Busqué una tela aterciopelada para el teléfono y la computadora; en el baño coloqué unas estrellitas y corazones que le dieron a la habitación un sello de ternura. ¡Ah! Y por último decoré cada rincón con globos y guirnaldas. ¡La ocasión se prestaba para festejar! En ese momento me sentía con la vitalidad justa para trabajar en el asunto. Pero al instante de haber terminado con mi obra maestra recibí un telegrama que apagó mi aura: me obligaron a sacar toda la decoración y dejar al lugar como lo había encontrado cuando llegué. ¡Es que verdaderamente no tiene sensibilidad! Me dije a mí mismo, pero con cierto recelo tuve que obedecer las órdenes si no, todo terminaría allí.
Al día siguiente Facundo Araña, mi víctima, llegaría al castillo. Me comentaron en la carta que se trata de un actor que necesitaba unas semanas de vacaciones. Por lo tanto, había alquilado el castillo para tal ocasión, en el cual yo sería su anfitrión.
Todo estaba ya preparado para su llegada; estaba todo fríamente calculado, cosa que me sorprendió. Facundo Araña fue conducido hasta el castillo por la misma diligencia que me había traído.
Han pasado ya cinco semanas, y durante este tiempo no he hecho más que agasajarlo: fui mucamo, cocinero, mayordomo, jardinero y hasta lo he acompañado al gimnasio. Toda una odisea con esas calzas tan ajustadas, haciendo glúteos durante horas. Sin embargo ¡Cómo me ha tonificado la cola! Perdón, siguiendo con lo que nos incumbe, he sido un verdadero anfitrión y he hecho un trabajo excelente. Durante las noches hemos pasado horas hablando de política, geografía, frivolidades y de la vida en general. Todo paso mío fue dado en busca de ganarme su confianza y de conocer su historia para poder llegar a mi objetivo final sin despertar sospechas. El instituto debe estar orgulloso de mi trabajo, aunque en estas semanas no he recibido ninguna carta. Pero mañana ya tendré mi medalla de honor colgada en la marquesina del hall. Además hay que tener en cuenta los obstáculos que se me han puesto en el camino y con la habilidad con que los he resuelto.
Pero basta de preámbulos y pasemos a la acción. "Vayamos al grano", dijo el pus. En este momento Facundo Araña se encuentra en la biblioteca como todas las noches leyendo aquellas revistas tan interesantes que nos enseñan "cómo regar la amapola en primavera" o "cómo quitarle el diario al caniche y no morir en el intento". En consecuencia me dirijo hacia la habitación, caminando por el oscuro pasillo. Habitación dieciséis: abro la puerta y me encuentro con todo un escenario de luces rojas y gente gritando, bailando al compás de danza con lobos, todo muy confuso. No entiendo bien esa situación pero no quiero desconcentrarme. Sigo mi camino hasta la última habitación del pasillo, la dieciocho: biblioteca. Luego de unos inconvenientes con la manija, abro la puerta y lo veo allí, sentado en un gran sillón, de espaldas hacia mí, frente a la ventana, leyendo "Una blanca palomita" de María Jacinta. Mientras tanto, poco a poco se queda dormido. Ahora observo con cuidado su jugoso y atractivo cuello, siendo éste la puerta de la felicidad anhelada. Imágenes sucesivas se proyectan en mi cabeza sobre el pasado, presente y futuro. Camino hacia su encuentro, cuando resbalo con una cáscara de banana: ¿Qué hace acá? No tiene sentido. Sigo caminando, trato de no distraerme y por suerte Araña no escucha mi caída. Por primera vez utilizaré mi dentadura de primera en un cuello humano. Me siento feliz y totalmente realizado. Me encuentro a unos centímetros de su cuello, mi boca se prepara para el festín. La misma se abre y logra rozar la piel desprotegida de Facundo. Ya estoy al acecho cuando advierto que él mismo se despierta y al instante aparecen tres personas. Las miro. ¡No! ¡No pueden ser ellas! A continuación un fuerte estruendo y risas estrepitosas que repiquetean en mi cerebro. No logro entender lo que sucede ¿Qué hacen ellas aquí? ¿Acaso vienen a molestarme para que no pueda terminar mi carrera? Me hallo inmóvil, toda la conmoción me ha dejado sin aliento. Mi cara de perplejidad es total.
- ¿Todavía no entiendes lo que está sucediendo? Ja ja ja...Sabíamos que eras un poco ingenuo, pero no que llegarías a la idiotez.
Noté un tono irónico en su voz que no me gustó nada.
-Como veo que no puedes emitir sonido, seré tan amable de ponerte al tanto de lo que sucede.
Se refirió a mí la segunda mujerzuela ahí parada, al lado de la puerta. Definitivamente eran Sara, María y Bárbara. Mi karma volvía a hacerse presente esta noche. Ahora veo cómo "mi víctima" se une a ellas con una sonrisa maliciosa que parece llegar hasta sus orejas. Poco a poco voy entendiendo, pero no puedo creerlo o no quiero hacerlo.
María pasa a explicarme toda esta situación con un destello de alegría en su voz que hace aumentar mi conmoción. Resulta ser todo un engaño más de estas despreciables criaturas. ¡Por qué no dejarán de atormentarme! ¡Me siento un incomprendido social! Toda mi sensibilidad se encuentra a flor de piel. Lágrimas brotan de mí, destiñendo mi camisa floreada de Dior. Desde el comienzo he sido una vez más su títere, desde aquel llamado que había encendido mi vida y ahora lo apaga como un mosquitero mata a un mosquito. ¡Oh! Me siento aturdido. Meses de trabajo excelente tirado a la basura. Hasta me sentía orgulloso de mi actuación draconiana; todos los obstáculos había cruzado.
-¿Y por qué crees que habías cruzado todos los obstáculos? Ja ja ja, no me hagas reír Drácula. Es lógico que todos aquellos escombros los hemos puesto nosotras para hacerte más "difícil" la tarea, pero siempre sabiendo que llegarías hasta este momento. Felicítanos por nuestro trabajo, no por el tuyo. ¿Por qué crees que Facundo Araña nunca objetó ni sospechó nada? ¿Por tu trabajo? Ja ja ja, me haces descostillar de risa.
Y mientras las costillas de Bárbara toman un rumbo diferente, esas palabras me llenan de ira y de una furia incontenible; Armándose como no podía ser de otro modo la hecatombe, la debacle total; una seguidilla de peleas sin control que incluye a las tres mujerzuelas, Facundo Araña, ex – alumnos de Villa Chica, un murciélago que se acerca por la ventana pero que es interceptado al cierre de ésta, Terminator, el dinosaurio Barny, toda la comunidad gay de vampiros y quien les narra este pintoresco relato. Son protagonistas del encuentro una patada voladora, la gruya y posiciones del Tai Chi Chuang que aprendió Barny en sus tardes de ocio. Todo termina con una bomba que tira La Señora: ¿Lo digo o no lo digo? Bueno... ¡carajo, mierda! Silencio total. Todos quedan en posiciones comprometedoras, de las cuales poco interesa describir. La luz se prende, (no retengo cuándo fue apagada). Aparece un plasma con una placa de cronología con su canción característica: "A vampiro gay no le permiten terminar su carrera mujerzuelas chistosas. Ampliaremos". Al lado mío se encuentra Rialum, haciendo presencia del escándalo frívolo en lo cual esto se ha convertido; Preguntándoles a las trillizas con qué cirujano se habían atendido e inventando seguramente un romance nuevo. Pero para mí, en medio de esta confusión, ya nada tiene sentido, fui engañado una vez más. Suena el teléfono y corro a su encuentro. De fondo siguen los aturdidores gritos y del otro lado de la comunicación escucho:
-Hola, ¿se encontraría el Conde Drácula?
-Sí, soy yo.
- Muy bien. Lo llamábamos del instituto de Villa Chica, donde usted está cursando la carrera de vampiro, para informarle que ya tenemos los elementos necesarios para que usted pueda realizar la tesis y terminar su carrera.
Lógicamente no le respondí.

María Luz Gianni Bosse
com.58

Don Gutiérrez de Mataderos



-Guacha, ¡te voy a matar! Salí de tu escondite. Despedite de la vida. ¡Puta! –gritos del vecino lindero.
Se escuchan fuertes golpes. Ruido de muebles que se arrastran. Don Gutiérrez sale absorto de la lectura que lo mantenía ensimismado. Deja caer el libro en su regazo. Se quita los anteojos sin cuidado. Sólo parece importarle aquello que está sucediendo en lo de su vecino.
Mete la mano en su bolsillo y saca de este una navaja. Se dirige hacia la puerta cuando al momento de abrirla ingresa inesperadamente Palmira.
-¡Mi Dios! Don Gutiérrez, ¿qué hace usted con eso? ¿Quiere matarme de un susto?. Por favor guarde eso, usted sabe que yo detesto las armas. ¿Quién me mandó venir a esta ciudad? ¿Estamos todos locos o qué?
-Palmira, cállese la boca. No sea tan miedosa mujer. Escuche, ¡escuche!
-¡No escucho nada Don Gutiérrez!. Usted va a conseguir que renuncie a este empleo. Por favor guarde esa arma.
-Está bien, está bien. Pero tenemos que solucionar esto lo antes posible. Fuimos asignados para resolver este caso y todavía no tenemos nada.
-Don Gutiérrez, esas novelas de policías que usted lee le están quemando la cabeza. Voy a tener que contarle a su hijo.
-¡Mi hijo!. No confíe tanto en él. Es fiel reflejo de mi persona, aunque lo niegue. Bueno, dejémonos de palabrerías y continuemos con la investigación. Espero que aún no la haya matado. ¡Pobre mujer!.
-¿De qué habla?.

Se escucha un golpe ensordecedor proveniente de la casa del vecino.
-¡Por fin estás muerta! –grito del vecino.
-¡Hay Diosito Santo! -dice Palmira mientras se persigna.
-Acompáñeme a la comisaría –dice Don Gutiérrez.
-Sí. Tengo mucho miedo –responde Palmira.
-No se preocupe, yo siempre cuidaré de usted –dice el anciano para tranquilizarla-. Por suerte la comisaría 42 está a tres cuadras.

-¡Don Gutiérrez! ¿Cómo anda? -Lo saluda la oficial ayudante, doña María Estela Dulce.
-Oficial Dulce, dichosos son mis ojos de ver a tan agraciada belleza. Aquí estoy trabajando, como siempre. No sabía que usted seguía prestando sus servicios. De haberlo sabido antes habría venido a visitarla para así compartir unos mates bien calientes.
-Don Gutiérrez, sus palabras me hacen sonrojar como si fuera una quinceañera, a pesar de mis cincuenta y tantos.
-Por favor, de tener más tiempo buscaría un poema hermoso que describiera su encanto, mi reina. Pero lamentablemente estoy aquí para hacer una denuncia.
Interrumpe el comisario inspector Almada, quien también se alegra de su inesperada visita. Pero su rostro cambia completamente de expresión al escuchar atentamente el relato de Don Gutiérrez.

Luego de narrar todas sus sospechas y aquello que viene observando desde hace días, termina contando lo sucedido hace unos instantes.
El comisario inspector solicita a ambos quedarse en la comisaría para evitar sospechas. También les pide que esperen allí hasta su regreso. Luego, acompañado por otros dos policías, se retira hacia el lugar de los hechos.
-Le mantendré al tanto de todo, Don Gutiérrez –dice Almada. Y salen apresuradamente.
Don Gutiérrez, distendido, toma asiento en la sala y no deja de darle charla a la oficial Dulce. En cambio, Palmira no puede quitarle los ojos de encima. Se pregunta de dónde el anciano sacó la idea de que en la casa lindera se reúnen tres "pesos pesados", según él. Dijo que uno de ellos está ejerciendo en la política, otro es un juez y también hay un ex agente de la policía.
A la hora regresa el comisario inspector Almada y le dice:
-Su vecino nos ha confesado el hecho de haber cometido un asesinato –mira con complicidad al oficial subayudante a quien le es inevitable ocultar una sonrisa-. Su delito fue asesinar a una inocente cucaracha –luego las risas fueron inevitables.
-Todo ha sido una confusión, Don Gutiérrez –le informa el comisario inspector.

Al día siguiente Don Gutiérrez insiste a Palmira, quien estaba preparando el almuerzo, para que lo acompañe a la Feria de Mataderos.
Palmira, que estaba cocinando canelones rellenos, accede pero de muy mala gana ya que planeaba almorzar temprano. Toma un panqueque de los que estaba preparando, lo embadurna de dulce de leche y se lo lleva ligeramente a la boca como si fuera el mejor manjar del mundo.
Don Gutiérrez se viste de gaucho, algo que tanto él como otros vecinos suelen hacer siempre que van a la Feria.
Llegando, ya en La Recova del Mercado, Palmira acepta gustosa la invitación de un hombre para bailar folklore. Luego de un rato observa que perdió de vista al anciano, por lo que comienza a preocuparse. Pero enseguida lo ubica, no de la manera que ella quisiera. Observa que se encuentra forcejeando con un hombre bastante más joven y fuerte que él. Se encuentran cerca de una combi. De ésta desciende el conductor quien al ver la pelea comienza a correr.
Don Gutiérrez, con el puño cerrado golpea al hombre en el vientre. Una chica le suplica que lo deje y que no lo lastime.
-Señorita, ahora que está libre corra lo más lejos que pueda. Yo me encargaré de él.
-Pero no señor, no le haga daño. Sólo hemos venido aquí para hacer unas promociones. Soy promotora. Él no me quiso secuestrar, sólo me trajo aquí junto con otras chicas para repartir estos sobres de muestra de yerba mate. ¿No entiende?.
Don Gutiérrez estaba decidido a reducir al hombre y no escuchaba a la chica.
Luego, al verlo en el piso doblado y sosteniéndose del estómago, se acerca a ella y le dice que vaya a la comisaría 42. Una vez allí que pregunte por la oficial Dulce y le comente lo sucedido. Y que no se olvide de decirle que quien la salvó se llama Don Gutiérrez.
Palmira se acerca sumamente preocupada. El hombre desde el piso le solicita pedir ayuda.
-Este viejo está loco y es peligroso –le grita.
Ella se niega y le contesta:
-Usted se merece esto. Seguramente está abusando de estas jovencitas haciéndolas trabajar en esas condiciones. Son unas niñas y las hacen vestir tan ridículamente.
Y le pega con la bolsa de mercado en la cabeza.
Don Gutiérrez, detiene a Palmira y le dice:
-Vamos, tenemos que concentrarnos en resolver el caso que nos han asignado. Ya vendrá un policía y se encargará de este delincuente.
Siguen caminando y Don Gutiérrez le hace observar uno de los puestos. En éste venden dulces y quesos, entre otras cosas. La persona encargada del puesto es el vecino lindero.
-Esto no va a quedar así. Ahora vayamos a casa y allí seguiremos con la investigación –dice Don Gutiérrez.
Palmira accede de inmediato, ya había experimentado muchas emociones para ser un sábado de mediodía. Y en la casa le estaban esperando unos ricos canelones de ricota y verdura.
A primeras horas de la noche Don Gutiérrez, asomado por la ventana y a oscuras, llama a Palmira y le hace espiar a su vecino quien está recibiendo a sus amigos.
-Ve Palmira. El gordito de barba es un juez. El de campera de cuero está en la política y aquél, el más joven de los cuatro, me parece haberlo visto en la policía. No se van a salir con la suya. Nosotros vamos a resolver este caso.
-¿De qué está hablando Don Gutiérrez?. Sólo son unos amigos que se reúnen un sábado por la noche. Y si dice que son quienes usted sospecha, ¿qué tiene de malo que se reúnan?.
-Lo malo es que seguramente tienen jovencitas secuestradas en la casa y no quiero ni pensar lo mal que lo deben estar pasando las pobres chicas. Estos están dentro de un mercado de prostitución.
-Ahora estoy segura de llamar a su hijo. Usted está muy mal de la cabeza –le dice Palmira.
Se dirige al teléfono y mientras hace la llamada escucha unos gritos provenientes de la casa lindera. Mira a su alrededor y Don Gutiérrez ya no está. De pronto escucha un disparo y algo pesado caer en el piso. Ya había colgado de la llamada con el hijo, por lo que esta vez Palmira llama a la policía.
Sale de la casa y se asombra por lo pronto en que aparece el hijo de Don Gutiérrez. Este está armado, lleva una campera y gorro de policía. Detrás de él está el comisario inspector Almada y tres policías más, también armados. Hay unos cuantos patrulleros.
Palmira no deja de persignarse y sigue a toda esta comitiva que ingresa bruscamente a la casa del vecino.
Lo que se observa allí dentro es... extraño. El vecino está arrodillado en el piso abrazando a su viejo perro que parece haberse muerto de susto por el disparo realizado por Don Gutiérrez. El ambiente está impregnado de un espeso olor a habano. Los tres sospechosos se encuentran alrededor de una mesa llena de cartas y garbanzos. Tienen las manos en alto y sosteniendo en una de ellas la jugada de naipes que venían haciendo hasta el momento.
-Vamos, buscá a las chicas secuestradas –le dice el anciano a su hijo.
-No papá, este caso es el de la droga. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?. Pero de todos modos te agradezco, me distes una gran ayuda viejo.
-No es nada, hijo. Siempre estoy al servicio –le contesta Don Gutiérrez.
El inspector Almada comienza a gatear por el piso siguiendo a un par de cucarachas que se introducen dentro de un agujero.
Almada coloca el dedo dentro de este y levanta una tapa. Luego baja a algo que parece ser un sótano. Al rato regresa con un frasco de mermelada. Lo abre, introduce sus dedos dentro del dulce y saca un sobre con un contenido blanco en su interior.
Don Gutiérrez se dirige a Palmira y le dice:
-No subestime a un pobre viejo como yo. Por cierto, ¿le interesaría seguir colaborando con la policía?. Hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Palmira no puede salir de su asombro. Piensa que toda esa gente le ha tomado el pelo.
Vienen a su mente los recuerdos de aquella tranquila Tucumán, las largas e interminables horas de siesta. Los calurosos y aburridos veranos recostada bajo un sauce llorón. Luego de un par de minutos le dice a Don Gutiérrez:
–Estoy a sus ordenes. Pero por favor respéteme los horarios de la comida. Y otra pregunta: ¿esto implica un aumento de sueldo?.
Los dos se miran con complicidad y sonríen. Palmira se enorgullece de sus aventuras.
María Mercedes González Afonso
com.65

5.11.06

Charlotte.Crónica de un viaje.


7 de marzo

Salí de Nueva York a las 6 am con destino Bogotá. Cuando llegué me dirigí hacia el centro de la ciudad en donde Moyano me había conseguido alojamiento en un importante hospedaje antes de ir a Medellín. El dueño del lugar se aseguró de que haya sido la periodista americana a la que esperaba y me mostró la habitación. Yo no conocía a Moyano y le pregunté al dueño alguna información que evadió, y sólo se atrevió a decirme que se encargaba de alojar y ayudar a periodistas extranjeros que venían a investigar a Colombia. Su esposa me saludó tímidamente y no me dirigió la palabra.
Este viaje para mí era muy especial, estaba de pasante en el diario y mi jefa se encargaba de la sección de política internacional, yo era su asistente y la ayudaba a elegir las notas. Me contó de una investigación que venía haciendo hace mucho pero por falta de tiempo necesitaba alguien de confianza y preparado que la pueda suplantar. Así fue que me eligió para este caso. Se trataba de los conflictos guerrilleros en Colombia, y necesitaba una persona que conociera muy bien la política del diario, y, sobre todo, con bajo perfil, ya que acceder a este tipo de información puede traer complicaciones en ese país.

8 de marzo

Antes de salir del hotel, agradecí la atención al matrimonio. El señor no me despidió tan amablemente como me había recibido, y su esposa, se acercó con miedo y me estrechó la mano. La mujer todavía no me había hablado y cuando estaba por irme me dijo que me cuidara, y empezó a contar una historia de otra persona que había ido al hotel y que no la habían vuelto a ver, que le gustaría que le avisara cuando esté de regreso en mi ciudad; siguió con un sermón de consejos, pero era tarde y el ómnibus estaba por salir. No entendí bien por qué me decía eso, así que sutilmente la interrumpí y partí hacia el encuentro con Moyano.
Yo no sabía nada de él, sólo que me iba a brindar la información que necesitaba para la nota. Se suponía que era una persona importante, que tenía contactos y muchas cosas por revelar. Un amigo suyo ya había colaborado para el diario en la época de la campaña política por el ascenso de Uribe, y ahora él debía ayudarme a mí.

Más tarde...
Llegué a la estación para tomar el ómnibus cuando avisaron que éste se retrasaría. Me senté en el bar y llamé a mi jefa para avisarle que estaba por partir y, mientras tomaba un café, me contaba cómo iba todo por allá. De repente, el mozo, un señor bastante mayor, se acercó y me dijo: -¿Así que usted va a Medellín? Sí, respondí. Bueno, pues no debería, replicó. El mozo fue por detrás del mostrador y volvió poniendo un papel doblado en mi mesa. Anunciaron que el ómnibus estaba por partir, tomé el papel y me fui. Apenas me senté, abrí el papel que resultó ser un mapa de la región. Medellín, la provincia de Arauca y las fronteras con Panamá y Venezuela tenían una cruz roja. Pero no decía nada más. Supuse que me quiso dar una ayuda, ya que mi conversación por teléfono había delatado mi condición de extranjera.

9 de marzo

Llegué a Medellín. Apenas bajé un hombre me recibió y se presentó: Soy Moyano, tú debes ser Charlotte, verdad? Sí, afirme. Nos dirigimos hacia su casa donde me iba a alojar un par de semanas y me indagó por completo sobre mis estudios, mi trabajo, la situación de Estados Unidos, el diario, y más, mucho más. Él, apenas dijo que hacía bastante que no visitaba mi país a pesar de que su trabajo tenía mucho que ver con los Estados Unidos.
Me dijo que para ayudarme yo le debía contar explícitamente qué venía a buscar. Bueno, no lo sabía con exactitud, pero le conté con detalle el objetivo. Así fue que hablé sobre la intervención del gobierno estadounidense en el conflicto permanente que atraviesa Colombia respecto de las guerrillas revolucionarias, los paramilitares y las decisiones que el propio gobierno colombiano aplica para solucionar este problema. Mi diario era bien conservador y la idea era denunciar las estrategias perversas que los revolucionarios llevaban acabo en esa región, y qué mejor que ir hacia allí para averiguarlo.

10 de marzo

Moyano me habló de una persona que él conocía muy bien, que había sido parte de uno de los Frentes de la FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y que él me iba a proporcionar información secreta e “inédita” sobre este grupo, pero que por cuestiones de seguridad debía esperar unos días, hasta concretar un encuentro seguro. Mientras tanto, se encargó de contarme sobre las figuras más importantes, intelectuales y políticos, colombianos y extranjeros que estaban involucrados. Historias de ciudadanos, políticos, periodistas y hasta de amigos suyos.

16 de marzo

Hace unos días que Moyano me satura de información con libros y diarios de los últimos años de este país, para que trabaje en mi investigación. Para mi agrado, me preparó un escritorio para que yo trabaje cómodamente mientras el hace sus cosas fuera de la casa. Por la noche cenamos y me pregunta cómo va mi investigación. Yo venía haciendo una lista con todos los argumentos en contra de la guerrilla, que le comentaba y justificaba a Moyano, buscando su afirmación. Y no sólo que lo hacía, sino que se mostraba igual de reacio que yo antes ese grupo y me ayudaba con más fundamentos.

18 de marzo

Moyano me despertó a la madrugada. Me dijo que tomara mis cosas y que me apurara. Salimos en su auto y le pregunté a dónde me llevaba. Me dijo que íbamos a Arauca porque iba a haber una huelga de hambre, y que debía estar presente. Me aconsejó que ocultara mi identidad y que no me delatara como prensa, porque si no se tiene la certificación necesaria por la policía puede ser que me detuvieran, y porque además, si surge algún problema, no era de mi conveniencia. No necesitaba ir como prensa, lo que yo necesitaba Moyano me lo conseguiría sin correr ese riesgo.
Yo sabía que Arauca era una zona de mucha tensión y que era uno de los puntos claves de los grupos para establecer su dominio, y que unos días allí me servirían para ver y entender lo cotidiano de esta situación. La carretera estaba costeada por hombres de verde que indicaban el límite entre lo seguro y lo riesgoso.
Me dijo que descansara, que el viaje iba a ser arduo y largo y que debía estar preparada porque allí en Arauca iba a conseguir el final de mi nota.

20 de marzo

Recuerdo que me desperté con los ojos vendados. La voz de Moyano me decía que ahora iba a encontrar lo que venía a buscar. Moyano conocía muy bien a la persona que formaba parte del Frente, porque era él. Era uno de los líderes que mediaba entre los guerrilleros de la selva y la milicia urbana, se encargaba de la logística de los secuestros de intelectuales, periodistas, políticos y cualquier estorbo que le impidiera llevar a cabo su estrategia de liberación. Y así fue, mi nota llegó a su final.
Hace un año que estoy secuestrada en el monte.
Vanesa Patrignani
com.65

3.11.06

“Finalmente Muerto” ( y por decisión propia)


Generaciones enteras han sabido de él. De su existencia, de sus hábitos, sus mitos, su vida…
No existe ser humano alguno en el mundo que no sepa quién es Drácula. Un niño de siete años que habita en el norte asiático al igual que un anciano que vive en el centro de la provincia de Neuquén afirmarían conocerlo.
Desde muy pequeña me encontré seducida por la historia de este Conde. En un principio le temía. Luego ese temor se transformó en respeto y ya aún siendo más grande - con ímpetu de querer conocerlo todo - comencé una verdadera, ardua, pero apasionante investigación acerca del Conde Drácula.
Leí libros de toda clase y color. Libros nuevos y viejos. Libros que se encontraban en bibliotecas antiguas, cuyos techos eran muy altos y al igual que sus paredes parecían venirse abajo.
Realicé viajes por el interior de la provincia de Buenos Aires, porque una vez escuché que en los pueblos los mitos y creencias se mantienen tan o más vivos que en sus principios. Fue un desafío para mi llegar a un pueblo totalmente desconocido, ubicar la biblioteca, dirigirme hacia allí y felizmente sumergirme en cada una de las hojas amarillentas, deterioradas y con olor a humedad que formaban parte de aquellos viejos libros.
Más conocía acerca de ésta historia y de la historia de Transilvania en sí - el lugar de origen de éste fascinante individuo - y más envuelta en la incertidumbre, me encontraba.
Todo era poco. Más información tenía y más preguntas surgían. En los sitios de internet no encontraba nada nuevo. Recorrí la provincia de Bs. As de punta a punta, pero necesitaba saber más. Así que visité el país entero - no me quedó pueblo ni capital por conocer - pero la búsqueda se estaba convirtiendo en una obsesión y como me estaba quedando sin dinero tuve que abandonarla.
Luego de tres largos años de ambular en busca de respuestas, regresé a la casa de mis padres. Fue duro el retorno, porque lógicamente mis padres no entendían como pude perder tres años de vida abocada a una investigación vana. Vana para ellos – obviamente - yo no dejaba de pensar en que en algún momento sus regaños se convertirían en satisfacciones, puesto que si había dejado de investigar no era porque quisiera sino porque no podía. Tenía la certeza de que llegaría a conocer la verdadera identidad de la historia, la autentica vida del Conde Dracula, de ese “supuesto” monstruo o más bien vampiro que tanto dió que hablar a la humanidad durante siglos.
Mi vida comenzó a transcurrir normalmente. Seguí ejerciendo la docencia en el mismo colegio donde lo hacia antes de comenzar con la investigación, me puse de novia con el director del colegio y continue viviendo con mis padres.
Todo marchaba medianamente bien. Mi obsesión había disminuido en gran medida, es decir ya no era una obsesión aunque si era algo pendiente.
Un día por la tarde mientras mi novio y yo planeábamos las vacaciones, sonó el timbre. Cuando abrí la puerta no había nadie, solo una mujer mayor con un gran tapado oscuro que cubría la joroba de su espalda iba cruzando la calle. No había nadie más. Supuse que serian los chicos del barrio jugando al famoso “Rin Raje”. Sin más - con cara de resignación mientras apretaba un labio con el otro y moviendo mi cabeza - me dispuse a cerrar la puerta pero no fue posible. Un sobre me impedía hacerlo. Me resultó muy raro, lo levanté, cerré la puerta y regresé al comedor mirándolo de un lado y del otro. El sobre era muy extraño, no tenía remitente y era de color negro. Solo decía en letras rojas: “Para Laura”. No entraba en razones como había llegado a mi casa, siendo que mi dirección no aparecía en él. En fin, lo abrí y dentro encontré otro sobre igual pero más pequeño que decía: “Laura, lee el contenido de este sobre cuando estés sola”. Todo era más extraño aún, pero obedecí a la orden del sobre. Le pedí a Roberto - mi novio - que me dejara sola y comencé a leerla.
Estimada Laura:
Entiendo su posible desconcierto al leer estas líneas. Sé que usted estaba realizando una investigación acerca del Conde Drácula, puesto que llegó a mis manos una carta que usted envió al Museo de Transilvania.
Usted ha sido la única persona en mucho tiempo que quiso saber de mí, por lo que yo estoy dispuesto a responder a sus preguntas personalmente.
No se sorprenda, aún estoy vivo y sigo habitando el mismo castillo de antaño, solo que ahora funciona como un museo y nadie sabe de mi presencia.
La espero en Transilvania lo más pronto posible, ya entenderá el motivo de mi prisa.
Tal vez le cueste llegar ya que el camino es angosto, la visión dificultosa por la intensa neblina y el clima es muy frío.
Recuerde llegar después de la caída del sol.
Atte.
Vladimir Drácula

La sensación que sentí en ese momento fue única, inexplicable. Comencé a pellizcarme por todo el cuerpo, a tirarme fuertemente de los pelos, no creía que fuera real todo lo que había visto, lo que había leído. Lloraba, gritaba, me reía, corría por toda la casa ¡Yo, Laura Montes, iba a estar frente a frente, cara a cara, con el Conde Drácula! Era el sueño de mi vida. No me importaba nada. Esa era la misión que debía cumplir en la tierra y estaba a un paso de lograrla.
Después de unas horas logré tranquilizarme. No hablé con nadie, porque seguramente creerían que había enloquecido. Comencé a pensar que debía conseguir el dinero suficiente para emprender mi viaje a Europa. Mis ahorros no eran muchos, tampoco podía pedirles dinero a mis padres porque me preguntarían para qué lo necesitaba, así que pensé y pensé… hasta que finalmente decidí utilizar la plata que mi novio con tanto esfuerzo había ahorrado para nuestras vacaciones en Miami. Ese dinero más mis ahorros alcanzarían justo para lo que necesitaba.
Al día siguiente realicé todos los trámites correspondientes y en menos de tres semanas ya estaba en viaje.
Al arribar al aeropuerto de Rumania, rápidamente me dirigí a un baño. Me miré al espejo y noté que no era yo quién se reflejaba en él, sino un ente regulado por la ansiedad y los nervios. Abrí la canilla de agua fría y me quedé observando y oyendo por un momento su sonido al caer sobre la rejilla del lavamanos. Luego mojé mis manos y las llevé a mi cara reiteradas veces, eso logró tranquilizarme bastante. Al salir del baño me detuve, miré a un lado, al otro y sin saber cómo abordé el camino hacia Transilvania.
El viaje fue largo porque nuevamente el nerviosismo se apoderó de mí e impidió que pueda disfrutar del hermoso paisaje de ese país y así poder hacerlo más ameno.
Finalmente llegó el momento. El día comenzaba a esconderse entre la espesa neblina y la fría noche parecía asomarse. Yo temblaba – no sé si por frío o por nervios – pero ahí estaba, ante el monstruoso castillo del Conde Drácula, ante la enorme puerta de hierro
que tantas veces creí abrir. En ese momento mi cabeza era un océano de pensamientos, de vagos recuerdos, de ilusiones, de temores… Cuando de repente oí un fuerte ruido. La puerta comenzó a abrirse y desde adentro salió una quebradiza pero fuerte voz diciendo: _“Entra Laura, te estaba esperando”. El sonido resonó unos segundos en efecto de eco – por el inmenso vacío que yace alrededor del castillo – miré hacia atrás rápidamente y sonriendo por mi distracción tomé la puerta con mi mando izquierda, la empujé hacia adentro e ingresé. A pesar de la falta de luz, observé el alto techo, las grandes paredes y las anchas escaleras. Todo era como un sueño para mí y en nada se parecía a lo que siempre me había imaginado.
Un hombre mayor se acercó a mí con un candelabro en la mano que iluminaba muy poco y me dijo: _“ Por acá por favor” y yo – sin poder emitir sonido – asentí con la cabeza y lo seguí escaleras arriba. Llegamos a una gran habitación donde había dos taburetes negros y un hogar prendido que emanaba mucho calor. El anciano se sentó en uno de ellos y con su mano derecha muy cordialmente me indicó que tomara asiento y se quedó mirándome como esperando algo de mí. Transcurridos diez minutos de profundo silencio me preguntó: _“¿está asombrada de verme o decepcionada señorita?”
_“¿Por qué lo dice?” Le pregunté.
_“¿Cómo es posible que después de tanto tiempo de exhaustiva búsqueda no sea usted capaz de reconocerme?”
Sin más solté una carcajada irónica mientras miraba al viejito desde arriba hacia abajo y le contesté: _“¿Me está insinuando que usted es el famoso conde Drácula?” - El hombre realizó un gesto de afirmación con su cabeza -. _“¡Pero no me cargue don! ¡La persona a quien yo busco no envejece y usted la verdad ya está enmohecido por los años! ¡¿No me diga que vine aquí engañada?!”
_ “Entiendo su incredulidad, pero le garantizo que soy yo por quien cruzó el océano - dijo en un suspiro - Si solo me diera la oportunidad de contarle mi historia comprendería que los últimos siglos no han sido piadosos conmigo. Si me permite un espejo le mostraré ”.
Abrí mi cartera, saqué un espejo de mano que siempre llevo conmigo y se lo entregué. Solo dos pasos me bastaron para quedar boquiabierta, para que mis ojos brillaran locamente mientras aún intentaba encontrar la figura del anciano dibujada en el espejo vacío. No había reflejo, solo la pared tras él y… ¡¿una dentadura postiza en el aire?! …
_ “¿Ahora si me cree señorita?” - Me preguntó con aire de sobrador -.
_ “Si” _ dije casi en un susurro mientras me desplomaba sobre el taburete a mis espaldas y mis dedos inquietos tanteaban el fondo de mi cartera buscando el grabador de mano. _ “Por favor cuénteme su historia - imploré – y perdone mi anterior comportamiento”.
Apoyé el grabador encendido sobre la mesa y le cedí la palabra, la voz de Drácula se perdía lentamente en el aire denso de la habitación mientras me decía…
…“Aún con éstas cataratas puedo ver que no soy lo que esperabas, que estás sorprendida por mi aspecto y… y que no apartas la vista de mi dentadura… ¡Si! ¡Es postiza! Habiendo dejado esto en claro ¿Podemos continuar?.
“Me tomaré el atrevimiento de tratarte de vos, espero no te disguste. Como te dije anteriormente, los últimos dos siglos no han sido del todo condescendientes conmigo. El calentamiento global y sus consecuencias en el medio que nos rodea, han moldeado la vida de todos, inclusive la mía. Como bien sabrás Transilvania no dista mucho del ecuador y aún así su clima siempre se caracterizó por ser más bien seco y muy frío, pero en las últimas décadas las abundantes lluvias y el aumento de la temperatura han cambiado demasiado estas características. – ante mi cara de desconcierto se apuró a agregar - Como bien sabrás mi querida Laura los cadáveres se descomponen más rápidamente en climas húmedos y cálidos que en otros secos y fríos. Dios me obligó a vivir eternamente y encerró mi alma en éste cuerpo sin vida. Ahora éste cuerpo se está pudriendo. Me estoy pudriendo.
Intenté tomar los elementos de la propia tecnología que arruinó el clima para salvar lo que queda de mi pellejo pero fue inútil. El castillo está demasiado apartado de la civilización para que la electricidad lo alcance y de ser posible la suma de dinero que el gobierno me exige está fuera de mis posibilidades”.
_ “¿Fuera de su alcance? – pregunté sorprendida – ¡Pero si usted es Conde! Se supone que eso lo hace rico.”
_ “Solía serlo. Las cosas han cambiado para mí más de lo que vos crees. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que mordí a alguien. Estoy obligado a comprar la sangre fuera del país y que me la envíen por encomienda. ¡Maldita sea! Empeñé casi todos los objetos de valor que había en este castillo para sobrevivir, ya solo queda lo que ves en esta habitación. ¡Tanto cambiaron las cosas que ahora tomo la sangre con una patética pajita!”
No pude con mi genio y le pregunté el motivo de dicha situación mientras lo observaba caminar de un lado para el otro de la habitación refunfuñando por lo bajo.
_ “Por esto”_ dijo Drácula mientras desplegaba sus alas agujereadas. _“El castillo se llenó de polillas. Una noche oscura en la cual la neblina ocultaba la luna llena abrí mis alas y me lancé al vacío con la intensión de volar a la villa a cobrarme alguna vida inocente y caí al vació. Los agujeros impidieron que mis alas pudieran henchirse de aire, entonces caí sin remedio hasta el fondo de los abismos que rodean este castillo y me golpeé con la mismísima existencia y con cada roca en el camino. Me quebré todo hueso del cuerpo e inclusive mis famosos dientes.
Cuando logré escalar el risco y llegar a mi morada encontré una carta de mis tres vampiresas que decía: “Draky nos vamos a Amsterdam. Conseguimos trabajo de drag queens, ahora podemos hacer sufrir y que nos paguen por ello. Nos pudrimos de que no nos dejes escuchar a Marilin Manson. PD: Nos llevamos el tesoro”. ¡Y sí! ¡Yo debería haber sabido que me traicionarían cuando se comenzaron a vestir como darks!
Además yo solía ser un gran seductor. Mis miradas hipnotizaban a las mujeres y sin embargo la última vez que intenté seducir a una cincuentañera - que digamos no era caviar - le eché una mirada matadora, llena de feromonas, solo para que ella se me acercara a preguntarme si me había entrado algo en los ojos y si me sentía bien. Obviamente que me sentía bien y cordialmente la invité a bailar - sabemos que mi gracia en el baile es otra de mis armas de casanova y con ella he logrado doblegar la voluntad de más de una damisela - pero viendo la soltura de mi baile la mujer me acusó de homosexual y fui prácticamente linchado del lugar por los demás invitados. ¡Pero eso no iba a quedar así! No, no, nada de eso, siempre fui perseverante y a esta altura, el problema con la señora ya era personal; De manera que esperé como un ave de rapiña hasta que salió sola con su deseado cuello - deseado solo por venganza - y comenzó a caminar hacia donde yo estaba. En el momento de mayor proximidad le salté encima como un gato salvaje y la muy zorra me tiró gas paralizante en los ojos. Esa noche tuve que volver a tientas al castillo.
La gente cambió mucho, ya no es lo que solía ser. Antes me veían y salían despavoridos. Hace dos días intenté tomar por asalto la vida de un turista solo por diversión. Matarlo, solo eso quería. Matarlo para sentir el vértigo que me recorría el cuerpo años atrás y el forastero me miró como con lástima, me dió una palmadita sobre el hombro, unas monedas y me dijo: “tome buen hombre”. ¿Buen hombre? ¡¿Buen hombre?!. Estoy obstinado…
Y esa manía de festejar Halloween. ¿Que los niños no le temen más a los monstruos? Es humillante que se vistan de “dráculas” y toquen a mi puerta pidiéndome dulces, cuando a mi me preguntan si me vestí de mendigo.
Los únicos seres de antaño - como yo- que aún siguen vivos están diseminados por el planeta y convirtiéndose en mito. Mirtha Legrand está ocupada con sus almuerzos, la Reina Victoria de Inglaterra con su nuevo guardarropa de invierno y el monstruo del lago Ness… el monstruo del lago Ness, nada. Ya tenemos fecha de vencimiento.
Pero aún con todo esto ninguna de mis desgracias me había hecho llegar a la desesperación. Siempre traté de mantenerme íntegro y con la frente en alto, pero todo eso cambió. Mi vergüenza no tiene consuelo ni fin y es ella la que me obligó a escribirte para que mi leyenda no muera por más de que mi eternidad de tormentos concluya esta misma noche. Voy a estacarme antes del amanecer”.
Intenté convencerlo de no suicidarse, dado que a esta altura del relato lo veía más como un pobre abuelito que como un amenazador vampiro, pero ninguno de mis esfuerzos dieron fruto. Entonces le pedí saber cuál era la causa de tan drástica medida. En un principio el Conde se rehusó a contármelo, pero al ver que seguía firme en mi afán, me concedió el pedido de mala gana.
_ “Hace aproximadamente un mes abandoné este castillo con la firme intensión de seducir y asesinar cuanta mujer se me cruzara solo por desquitarme del abandono de mis vampiresas. Me acompañé de mis lobos y los utilicé para guiar a mis preciadas víctimas a mis brazos salvadores. Ya había matado a tres niñas cuando la suerte me jugó una mala pasada. En una callejuela un hombre golpeaba a una exuberante señorita, de manera que dejé de lado el plan de los lobos y fui a su rescate. Jamás vi su rostro entre la niebla y la penumbra propia de la calle. Me acerqué a su espalda y le susurré quién era junto a la promesa de pasión, excesos y vida eterna. Sin decirme una sola palabra se volteó rápidamente y me beso de la manera más sucia y excitante que yo halla conocido en este mundo. Cuando ese beso culminó, cuando mis ojos cansados se posaron en su rostro, ni mis cataratas ni nada en este mundo pudieron ocultar la sombra de la barba de
aquel hombre joven vestido de mujer. El horror se apoderó de mí cuando me dirigió la primer palabra y huí. Me encerré y te escribí”.
Al ver la expresión de angustia en su rostro comprendí que lo acontecido esa noche realmente le afectaba. Aún así intenté nuevamente disuadirlo pero fue en vano. Finalmente me dio su palabra de caballero prometiéndome que no se estacaría en mi presencia y fue motivada por esa promesa que decidí extender la charla hasta el amanecer.
Cuando los primeros rallos de sol comenzaron a vislumbrarse tímidos en el horizonte, Drácula me acompañó a la puerta de la habitación. Me dirigí hacia las escaleras cuando el chirrido de la puerta al cerrarse me llamó la atención. Giré la cabeza y al ver la puerta cerrada, me apresuré a alcanzar al Conde imaginando sus intenciones. Abrí la puerta bruscamente pero de nada sirvió. La habitación estaba vacía. En el aire solo había polvo cayendo lentamente, la dentadura quebrada en el piso y las cortinas abiertas de par en par dejando a la luz inundar cada rincón de ella.
Emilia Risso
com.58

22.10.06

El diario de Jonathan Gómez

Sin dudas el mail que recibí me sorprendió.
Yo era el técnico de Independiente Rivadavia, “la lepra mendocina”. Íbamos primeros, pero jamás podría haberme
i
maginado una convocatoria para integrar el cuerpo técnico de la selección.
Tenía que presentarme el 5 de mayo en el predio que la AFA posee en Ezeiza. Allí me esperaría el señor George Drácula, polémico empresario rumano que en los últimos dos meses había adquirido cinco frigoríficos y la AFA. Tal vez si no fuera por esto último nadie hubiera dicho nada, pero el solo hecho de vender la Asociación del Fútbol Argentino, y a un extranjero, era lo suficientemente polémico como para ocupar el espacio que se le brindó en los medios.
Partí el primero de mayo de mi Mendoza natal, no sin antes disfrutar de unas buenas empanadas mendocinas regadas con un excelente vino de mi tierra (en realidad de las tierras de los grandes empresarios vitivinícolas).
Pesadito por los festejos del día del trabajador, emprendí el rumbo a Buenos Aires. Ya sé que tenía que llegar recién el 5, pero el señor Drácula era un tanto raro. Por un lado me pagó un viaje en micro tendiendo la plata para mandarme en avión, pero por el otro me pagó un par de días de estadía en el Hilton de Puerto Madero.
El viaje se hizo duro, no por las comodidades que ofrecía la empresa de transportes, sino que se hizo interminable porque uno de los pasajeros llevaba un bonito caniche toy escondido en el bolso y el hijo´e su madre no paró de aullar en toda la noche. Entre eso, las empanadas y el vino me fue imposible pegar un ojo.
Finalmente llegué a Retiro. Allí me encontré con cuatro tipos de delincuentes: un par de policías, los dueños de los negocios que están dentro de la estación, un carterista y, finalmente, un taxista.
Los primeros se empecinaron en sostener la ilegalidad de transportar botellas de vino en el bolso y se las quedaron como evidencia; los segundos se encargaron de cobrarme esos mismos vinos que quería regalarle a mi nuevo jefe el doble de lo que valen en cualquier otro lado, el tercero me despojó de mi billetera, y el último me hizo gastar los $20 que me quedaban en un viaje que hubiera salido mucho menos si no me hubiera paseado por la ciudad aprovechando mi desconocimiento de las calles.
Finalmente llegué al famoso hotel, donde me atendió personalmente el gerente, quien no sólo me informó que Drácula era el dueño del lugar, sino que a su vez se mostró muy preocupado por mí. Incluso me regaló un gran crucifijo que me hacía gracia, ya que me recordaba a los “Loco Mía”. Igual lo acepté como una muestra de cordialidad porteña.
Al día siguiente me despertaron con un buen desayuno, el Olé y una nota de mi nuevo empleador. Decía que a las 22horas me pasaría a buscar un “radio-taxi” que me llevaría hasta la subida de la autopista. Allí me recogería un remís para realizar el resto del trayecto hasta el predio de Ezeiza.
Pasé esa mañana leyendo en el diario deportivo una nota de investigación no muy profunda (como de costumbre), pero que me interesaba particularmente.
Hablaba sobre las conexiones entre el señor Drácula, el grupo empresario ruso que había manejado los rumbos del seleccionado nacional en los últimos años de la gestión de Grondona y de la relación de ese misterioso extranjero con el tráfico de carne congelada a distintas partes del mundo.
Drácula no parecía tener buenos antecedentes, pero esta era mi gran oportunidad de alcanzar la fama y el reconocimiento que siempre había soñado.
A la tarde no tenía nada que hacer, así que fui un rato al gimnasio del hotel, me bañé y aguardé que llegara mi taxi.
El vehículo fue puntual y llego a las 22 horas exactas. Al bajar me cruce con el gerente, quien me saludó afectuosamente como quien despide a un amigo que se va a la guerra y me entregó un bolsito. Me dijo que lo iba a necesitar, pero que no le dijera al rumano que me lo había dado él.
Los porteños son gente muy rara. Cuando abrí el bolso me encontré con algunos amuletos de diversos tipos. Paso a enumerar: 1) cinta roja contra la envidia; 2) CD de Gilda; 3) estampita del Gauchito Gil; 4) Ejemplar del libro “Así ganamos el mundial”, de César Luis Menotti; 5) Repelente para mosquitos; 6) un espejo.
Algunas cosas las comprendí, otras no. A esta altura el tipo me pareció que estaba un tanto desequilibrado.
Cuando subía al taxi tuve que contar hasta diez para no insultar. Era el mismo tipo que me había llevado al hotel al día anterior, pero no dije nada porque esta vez pagaba la AFA. Tal vez por eso esta vez si el tipo se apuró y llegó en seguida al destino indicado.
Durante el viaje el conductor me pidió disculpas por lo del día anterior, me dijo que no sabía que yo conocía al señor Drácula y me contó que el también había sido DT hacia unos años.
Al principio no lo reconocí, pero al bajar del coche lo vi claramente: ¡Era Marcelo Bielsa!
No pude reaccionar y decirle algo porque en ese momento sentí una mano sobre el hombro que me empujaba hacia atrás.
Sorprendido y sobresaltado me di vuelta. Al hacerlo casi muero del susto. Era el chofer del remís que me llevaría a Ezeiza. Era alto como Schiavi, con la barba del “checho” Batista. Tenía un sombrero negro y alto, como el que usan los murgueros pero formal, y usaba esos lentes de contacto rojos que suelen utilizar las promotoras de bebidas energizantes en los boliches.
El coche era un Mercedes negro, de esos que tienen muchos caballos de potencia. Me pareció demasiado para un remis, así que supuse que Drácula me había enviado a su propio chofer.
-Dejalo a ese boludo. No es de los nuestros, no le van los negocios.
Así se presento ante mí el conductor del Mercedes. Luego, me lanzo dentro del coche y arrancó a toda velocidad.
Otra vez el viaje se me hizo eterno. El tipo en lugar de ir por la autopista fue por abajo, y cada vez que pasábamos por un local con luces de colores y dibujos de chicas se bajaba y tardaba media hora en volver. Mientras tanto, alrededor del coche se juntaban al menos unos 20 hombres de aspecto sospechoso y oscuras intenciones.
Por suerte cada vez que estos muchachos estaban por lograr su cometido de entrar al auto, llegaba el conductor y ellos se alejaban despavoridos.
Esta especie de “recorrido por las 7 iglesias”, como el cómico chofer lo denominó, duró al menos unas 4 horas según mis cálculos.
Cuando llegamos a Ezeiza el rudo hombre me despertó, no solo con su voz, también con su olor a alcohol barato y perfume femenino de idénticas condiciones.
Me despidió, me abrió la puerta y me arrojó hacia fuera. Su falta de modales era bastante notoria.
De golpe me di cuenta que estaba solo en la puerta del campo de la AFA, de madrugada, y por sobre todas las cosas, de que no había timbre.
Miré hacia adentro pero no vi gente, ni luces encendidas, ni nada.
Cuando pensé que tendría que esperar al día siguiente para que me abran, el portón automático se abrió solo y pase rápido, no sea cosa que los “lobos” desdentados del camino volvieran a aparecer.
Me dirigí hacia la casa para las concentración que hay dentro y un señor me abrió la puerta.
Era alto, casi anciano. Tenía una nariz delgada y puntiaguda, como la del “mosquito” Cascini. También poseía una frente ancha, cabello escaso adelante tipo Bochini, pero una melena larga atrás, al mejor estilo “Comitas”. Asomaban sobre sus ojos unas pestañas densas y rizadas, su boca tenía una expresión cruel y llamaban la atención sus dientes en punta. La verdad, Tevez tiene una sonrisa mas linda. Sus orejas eran largas y en punta. Su mandíbula era amplia y fuerte, como la de un Pitbull, y sus mejillas firmes, aunque un tanto hundidas.
Su palidez y el frío de su mano daban una impresión de muerte.
Ese señor era Drácula. También tenía pelos en las palmas de las manos , pero no me animé a preguntarle por qué le habían salido. Después de todo seguía siendo mi jefe. Lo que sí le pregunté fue si era metrosexual, mas que nada por el saco largo, las uñas también extensas los labios rojos. No sé si conocía el termino, ya que respondió que no, que él era agnóstico.
Me invitó a la mesa, donde encontré un exquisito pollo con ensalada rusa.
Durante mi cena (él ya había comido), quise sacar el tema del nuevo proyecto de la AFA, pero me dijo que ya habría tiempo. Mientras tanto su interés sobre mi vida privada se iba acrecentando.
Le conté que estaba saliendo con una mina, de mis humildes éxitos al frente del club de mi provincia y que prefería los boxer a los slip (no se por qué le interesaba eso, pero me dio un poco de miedo).
Se acercó para darme un cigarro y de su boca salió un olor tan nauseabundo que agradecí no haber comido con él, vaya a saber uno qué había ingerido ese sujeto.
De repente comenzaron a cantar los pajaritos y se empezó a asomar el sol.
Drácula se apiadó de mí y me acompañó a mi habitación. Me dijo que durmiera hasta la hora que quiera porque igualmente él no iba a estar en todo el día. Pensé que seguramente tendría muchos negocios que atender.
Me levanté a eso de las 3 de la tarde. Encontré una mesa con chocolatada y facturas. Quise agradecerle al personal de servicio, pero noté que yo era la única persona presente en el predio y que la puerta de la casa estaba cerrada con llave.
Encontré la sala de videos, y mientras me entretenía con la final Intercontinental de 1985 entre Argentinos Juniors y Juventus, llegó “el jefe”.
Charlamos un rato antes de la cena. Él me contó que confiaba en que yo pudiera trasmitirle mis conocimientos sobre el fútbol argentino para así poder dirigir él en persona al seleccionado nacional.
Le estuve explicando algunas cuestiones tácticas básicas y noté que el fútbol no era lo suyo.
Aproveché para preguntarle sobre los sucesos de la noche anterior con el remisero. Me dijo que el chofer también se encargaba de recoger la recaudación de los bares que eran de su propiedad. Él dijo bares, yo sospechaba que eran cabarets.
Luego me acompaño a cenar ( otra vez él ya había cenado). Mientras me devoraba un revuelto gramajo, el nuevo dueño de la AFA me hizo firmar el contrato. Como buen argentino primero lo firmé y después lo leí. Como siempre sucede en estos casos, encontré ciertas cláusulas que me llamaron la atención.
Una decía que a partir de ese momento, y por diez años, sería el asistente futbolístico permanente del señor George Drácula. Lo preocupante era el anexo que se encargaba de explicar el alcance que en dicho contrato adquiría la palabra “permanente”.
Allí se me obligaba a permanecer durante el siguiente decenio encerrado en esa casa y sin poder acceder a las habitaciones cuyas puertas estaban bajo llave.
Por ultimo, terminado el periodo acordado, dejaba mi cuerpo a disposición de la Asociación del Fútbol Argentino para lo que el señor Drácula considerase necesario.
Al ver mi reacción, el rumano dijo:
-Muy bien estimado Gómez, así es la vida en el capitalismo. Usted dejará aquí hasta la última gota de sangre si es necesario. Si quiere le puede mandar una carta de despedida a su “mina”... o la puede traer aquí a vivir con nosotros.
Al decir esto último me guiñó un ojo, lo que me llevó a escribir la carta.
Entre pitos y flautas se volvió a hacer de día, así que nos fuimos a dormir.
Me levanté tarde de nuevo porque otra vez Drácula se iba a ausentar. Me dieron ganas de afeitarme. Como encontré un espejo en todo el lugar, agarré uno de mano que tenía en el bolso que me había dado el gerente del hotel.
Mientras me abocaba a las cuestiones del bello facial sentí unas uñas femeninas en el hombro que me hicieron sobresaltar, y por lo tanto, cortarme un poco la cara.
Al darme vuelta, lo vi al metrosexual que tenía como jefe mirándome como con ganas. Me aterraba el hecho de no saber qué tipo de intenciones tenía conmigo. De repente se abalanzó sobre mi cuello y lo senté de nalgas con una trompada a la voz de:
-¡Ah no! Esclavo sí...¡pero comilón jamás!
Mientras se levantaba un poco tenso me dijo que en realidad me quiso ayudar y unas cuentas excusas más.
En esos momentos agarró el espejo y se lo quedó. Tan sólo dijo que los odiaba y que el ultimo espejo que hubo en una concentración de la AFA lo tenía Maradona en el ´94 y así le fue a ese equipo...
Se retiró ofendido y sin decir más nada, pero me quedé pensando en cómo podía ser que no lo haya visto venir por el reflejo del espejo.
Esa noche se dedicó a interrogarme sobre ciertos aspectos legales, como por ejemplo si un dirigente de la AFA podía ser dueño de los pases de los jugadores, si se permitían las transfusiones de sangre en el entretiempo, si el dueño de la selección podía al mismo tiempo ser presidente del país, y muchas otras cosas que no pude contestar.
Luego me contó que su padre había venido hacía muchos años a la Argentina, que tenía muchas empresas y que había hecho numerosos negocios con los distintos gobiernos que se sucedieron a partir de la ultima dictadura militar. Me quedé dormido.
Desperté solo en el comedor, y fastidiado por el encierro al que me veía obligado, comencé a recorrer la gran casa en busca de una salida.
No pude contener mi horror al ver desde la otra punta de un pasillo cómo el señor George Drácula se iba sacando máscaras, ropa y demás hasta convertirse en...¡Mauricio Macri!
He visto negociados turbios en el fútbol, pero cambiar la identidad para comprar la AFA me pareció demasiado.
Volví aterrado a mi cuarto y me propuse encontrar la forma de escapar al día siguiente para realizar la denuncia correspondiente.
Pasé toda la siguiente jornada tratando de abrir puertas sin éxito, hasta que llegada la noche encontré una que tenía un viejo candado, el cual cedió a la primer patada.
Mientras revolvía unos cajones, un espeso humo blanco, una lluvia de plumas y un exagerado olor a champagne del bueno inundaron la habitación.
De la nada, aparecieron ellas: Isabel Menditeguy y Flavia Palmiero se abalanzaron sobre mi cuerpo y me tendieron en la cama.
Dijeron algo sobre comerme todo y no pude decir otra cosa que sí, que hagan lo que quieran, que era suyo.
Mientras Flavia estaba rozando ya mi cuello con sus dientes y yo estaba “de fiesta”, llegó el “corta mambos” de Macri, quien se mostró bastante ofuscado por la situación. Estaba como loco. Se arrancaba los pelos del bigote con las manos y se le cruzaban los ojos como a su gran rival político.
De un solo golpe lanzó a las dos mujeres contra una pared y les dijo:
¡Ustedes están locas! Por eso no las dejo salir. ¿Qué diría Jorge Rial si se enterara?
Isabel Menditeguy no disimuló una carcajada y le respondió:
¡Que sos un cornudo! Estoy re aburrida gordo ¿No nos trajiste nada hoy?
Macri la miró resignado y dijo:
- ¡Qué caras salen las mujeres de los empresarios exitosos!
Sacó un bolso que traía consigo y se los tiró:
- Tomen, les compré todo lo que encontré en el Paseo Alcorta.
Luego, se dio vuelta y con furia se comenzó a acercar a mí. El horror y la angustia por haber descubierto su plan me vencieron y perdí el sentido


Diego Marcelo Bomparola
Comisión 65

Los textos

La siguiente antología de relatos surgió a partir de una consigna de reescritura de textos narrativos. Los originales fueron: Drácula, de Bram Stoker (cap. 1 a 3), La Odisea (cap. 9 y 10), El Quijote (episodio de los molinos de viento), "Historia del traidor y del héroe" y "Funes, el memorioso", en Ficciones de Borges, y la síntesis de las leyendas de Tristán y de Sigfrido, en Los mitos de Otto Rank.